lunes, 28 de octubre de 2013

Miguel de Unamuno



Antoni Tàpies: Cruz y tierra

1975. 162 x 162 cm. Técnica mixta.
Colección del artista.


En un cementerio de lugar castellano

Corral de muertos, entre pobres tapias,
hechas también de barro,
pobre corral donde la hoz no siega,
sólo una cruz, en el desierto campo
señala tu destino.
Junto a esas tapias buscan el amparo
del hostigo del cierzo las ovejas
al pasar trashumantes en rebaño,
y en ellas rompen de la vana historia,
como las olas, los rumores vanos.
Como un islote en junio,
te ciñe el mar dorado
de las espigas que a la brisa ondean,
y canta sobre ti la alondra el canto
de la cosecha.
Cuando baja en la lluvia el cielo al campo
baja también sobre la santa hierba
donde la hoz no corta,
de tu rincón, ¡pobre corral de muertos!,
y sienten en sus huesos el reclamo
del riego de la vida.
Salvan tus cercas de mampuesto y barro
las aladas semillas,
o te las llevan con piedad los pájaros,
y crecen escondidas amapolas,
clavelinas, magarzas, brezos, cardos,
entre arrumbadas cruces,
no más que de las aves libres pasto.
Cavan tan sólo en tu maleza brava,
corral sagrado,
para de un alma que sufrió en el mundo
sembrar el grano;
luego sobre esa siembra
¡barbecho largo!
Cerca de ti el camino de los vivos,
no como tú, con tapias, no cercado,
por donde van y vienen,
ya riendo o llorando,
¡rompiendo con sus risas o sus lloros
el silencio inmortal de tu cercado!
Después que lento el sol tomó ya tierra,
y sube al cielo el páramo
a la hora del recuerdo,
al toque de oraciones y descanso,
la tosca cruz de piedra
de tus tapias de barro
queda, como un guardián que nunca duerme,
de la campiña el sueño vigilando.
No hay cruz sobre la iglesia de los vivos,
en torno de la cual duerme el poblado;
la cruz, cual perro fiel, ampara el sueño
de los muertos al cielo acorralados.
¡Y desde el cielo de la noche, Cristo,
el Pastor Soberano,
con infinitos ojos centelleantes,
recuenta las ovejas del rebaño!
¡Pobre corral de muertos entre tapias
hechas del mismo barro,
sólo una cruz distingue tu destino
en la desierta soledad del campo!

POEMA PROPUESTO POR MANUEL GÓMEZ 

lunes, 21 de octubre de 2013

Jacques Prévert

 


          Les feuilles mortes



Oh! je voudrais tant que tu te souviennes
Des jours heureux où nous étions amis
En ce temps-là la vie était plus belle,
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Tu vois, je n'ai pas oublié...
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Et le vent du nord les emporte
Dans la nuit froide de l'oubli.
Tu vois, je n'ai pas oublié
La chanson que tu me chantais.
C'est une chanson qui nous ressemble
Toi, tu m'aimais et je t'aimais
Et nous vivions tous deux ensemble
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais
Mais la vie sépare ceux qui s'aiment
Tout doucement, sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.


Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie
Je t'aimais tant, tu étais si jolie,
Comment veux-tu que je t'oublie?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais
Toujours, toujours je l'entendrai!

                                       Jacques PRÉVERT (1900-1977)
 
De Soleil de nuit (1980), edicion póstuma preparada por Arnaud Laster y Janine Prévert.

Las hojas muertas

Oh, me gustaría tanto que recordaras
Los días felices cuando éramos amigos...
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy.
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo...
¿Ves? No lo he olvidado...
Las hojas muertas se recogen con un rastrillo
Los recuerdos y las penas, también.
Y el viento del norte se las lleva
En la noche fría del olvido
¿Ves? No he olvidado
la canción que tú me cantabas.

Es una canción que nos acerca
Tú me amabas y yo te amaba
Vivíamos juntos
Tú, que me amabas, y yo, que te amaba...
Pero la vida separa a aquellos que se aman
Silenciosamente sin hacer ruido
Y el mar borra sobre la arena
El paso de los amantes que se separan.

Las hojas muertas se recogen con un rastrillo.
Los recuerdos y las penas, también.
Pero mi amor, silencioso y fiel
Siempre sonríe y le agradece a la vida.
Yo te amaba, y eras tan linda...
Cómo crees que podría olvidarte?
En aquel tiempo la vida era más hermosa
Y el sol brillaba más que hoy
Eras mi más dulce amiga,
Mas no tengo sino recuerdos
Y la canción que tú me cantabas,
¡Siempre, siempre la recordaré!

POEMA PROPUESTO POR:  Mª José de la Torre
 


 

lunes, 7 de octubre de 2013

Juan Meléndez Valdés


La presencia de Dios

Doquiera que los ojos inquieto
torno en cuidadoso anhelo,
allí ¡gran Dios! presente 
atónito mi espíritu te siente.
Allí estás, y llenando
la inmensa creación, so el alto empíreo,
velado en luz te asientas,
y tu gloria inefable a un tiempo ostentas.
La humilde hierbecilla
que huello, el monte que de eterna nieve
cubierto se levanta
y esconde en el abismo su honda planta,
el aura que en las hojas
con leve pluma susurrante juega
y el sol que en la alta cima
del cielo ardiendo el universo anima,
me claman que en la llama
brillas del sol, que sobre el raudo viento
con ala voladora
cruzas del occidente hasta la aurora,
y que el monte encumbrado
te ofrece un trono en su elevada cima,
la hierbecilla crece
por tu soplo vivífìco y florece.
Tu inmensidad lo llena
todo, Señor, y más: del invisible
insecto al elefante,
del átomo al cometa rutilante.
Tú a la tiniebla obscura
das su pardo capuz, y el sutil velo
a la alegre mañana,
sus huellas matizando de oro y grana;
y cuando primavera
desciende al ancho mundo, afable ríes
entre sus gayas flores,
y te aspiro en sus plácidos olores,
y cuando el inflamado
Sirio más arde en congojosos fuegos,
tú las llenas espigas
volando mueves y su ardor mitigas.
Si entonces al bosque umbrío
corro, en su sombra estás, y allí atesoras
el frescor regalado,
blando alivio a mi espíritu cansado.
Un religioso miedo
mi pecho turba, y una voz me grita:
«En este misterioso
silencio mora; adórale humildoso».
Pero a par en las ondas
te hallo del hondo mar; los vientos llamas
y a su saña lo entregas,
o si te place, su furor sosiegas.
Por doquiera infinito
te encuentro, y siento en el florido prado
y en el luciente velo
con que tu umbrosa noche entolda el cielo
que del átomo eres
el Dios, y el Dios del sol, del gusanillo
que en el vil lodo mora,
y el ángel puro que tu lumbre adora.
Igual sus himnos oyes
y oyes mi humilde voz, de la cordera
el plácido balido
y del león el hórrido rugido;
y a todos dadivoso
acorres, Dios inmenso, en todas partes
y por siempre presente.
¡Ay! oye a un hijo en su rogar ferviente.
Óyele blando, y mira
mi deleznable ser; dignos mis pasos
de tu presencia sean,
y doquier tu deidad mis ojos vean.
Hinche el corazón mío
de un ardor celestial que a cuanto existe
como tú se derrame,
y, oh Dios de amor, en tu universo te ame.
Todos tus hijos somos:
el tártaro, el lapón, el indio rudo,
el tostado africano,
es un hombre, es tu imagen y es mi hermano.
 

Juan Meléndez Valdés