Cartel de la película Mary and Max (2009), de Adam Elliot. Foto J. L.A.
Perdida
Primer
latido...
La
niebla, mi única compañía, en la plaza empedrada
junto
con el piqueteo del agua de la fuente
que
fluye perezosa
marcando
el ritmo de esta madrugada.
Una
pequeña figura
se
adivina tras la débil muralla acuosa
que
nos separa.
Segundo
latido...
La
sombra adivinada pasa
del
boceto trazado en el reflejo de la fuente
a
una claridad definida por ojos pardos y redondos
y
una larga trenza caramelo.
Tercer latido...
En
su vestido blanco, como una estrella inocente
que
curiosea en la Tierra, camina
con
la calma propia del arco iris que aparece tras la tormenta.
Cuarto
latido...
Nos
detenemos una frente a la otra,
sus
ojos me dicen que no está perdida, sabe a lo que ha venido.
Soy
yo la que deambulo por la ciudad, por mi cuerpo, por mi alma
sin
objetivo ni conocimiento alguno.
Quinto
latido...
No
puedo apartar su mirada, me ahogo en sus ojos
y
en ese punto helado en el que mis pulmones se inundan,
empiezo
a respirar, a recordar, a vivir.
Con
cada bocanada de vida que tomo, un recuerdo emerge
de
las profundidades de mi corazón y brota aquel sentimiento.
Sexto
latido...
Safari
en la bañera con Lucía y nuestras fieras de goma,
abrazos
de mi amigo José que nunca quería que terminasen,
el
primer bizcocho que hicimos mi hermana y yo en la cocina
donde
pareció haber nevado, según Mamá...
Séptimo
latido...
Y
al final de todos esos recuerdos está ella esperándome,
con
los brazos extendidos.
¡Cómo
la había echado de menos y cómo la quiero!
No
volveré a dejarla sola, no se lo merece, la una sin la otra no
somos nada.
La
abrazo para que me perdone, para que sepa que no es igual sin ella.
Ella
lo entiende, lo sabe y me dice con una sonrisa
que
siempre ha estado esperándome, que sabía que volvería,
porque
la esencia de mi corazón era ella, mi alegría.
ANA
VILLA ZAMORANO (Córdoba, 1998). 2º Bach. D